jueves, 6 de febrero de 2014

El Tornado

Este es el borrador de nuestro cuento.

Seguimos confeccionándolo.


Hace unos años, un niño llamado Agustín vivía en un pueblo cercano a un bosque muy grande, frondoso y con altísimos árboles.

La mejor amiga de Agustín se llamaba Amy y también vivía en el pueblo. Solían ir al bosque cada tarde al finalizar los deberes. Allí se tumbaban en la hierba, buscaban insectos o iban a una casita de madera que les habían hecho sus abuelos.
El bosque era un lugar abrupto lleno de árboles de troncos gruesos, como hayas, alcornoques, pinos… Un riachuelo dividía el bosque en dos, y al lado, en un claro, se encontraba la cabaña. Allí se podía acampar, pasear o relajarse escuchando el canto de los pájaros. Pero la parte más profunda del bosque era un sitio sombrío, lleno de zarzas, donde los árboles imitaban figuras extrañas. En esta zona nadie solía pasear, porque estaba habitada por los animales más salvajes o tímidos, como lobos, zorros o ciervos.
Un día fueron a coger moras silvestres para hacer una tarta. Cuando estaban recolectándolas, oyeron unos gemidos y vieron que unos matorrales se agitaban.
Se acercaron con precaución y hallaron a un lobo que tenía  atrapada una pata en un cepo.
El lobo tenía el pelaje gris con algunas manchas blancas en el lomo. En sus ojos pardos se veían reflejados la tristeza y el dolor que le causaba el cepo que le sujetaba la pata. Parecía un lobo manso, aunque sus grandes fauces intimidaban un poco. Estaba alerta a todo lo que le pudiera acechar y parecía fuerte y  gran cazador.

Agustín hizo palanca con una gruesa rama y consiguió liberarlo.
Le dieron agua, le vendaron la herida y se marcharon; pero el lobo les siguió.
Se hicieron amigos y todos los días lo visitaban.
Cuando dieron las vacaciones de verano quisieron pasar un día completo en el bosque jugando con su amigo el lobo, al que habían bautizado como Puchi.
Cuando ya se habían adentrado bastante, observaron que el cielo se teñía de un extraño color plomizo a la vez que se levantaba un fuerte vendaval. Poco a poco el viento fue arreciando hasta que se convirtió en un gigantesco tornado.
Los niños se asustaron muchísimo y salieron corriendo como alma que lleva el diablo.
Intentaron refugiarse en la casa de madera, pero demasiado tarde comprendieron que no había sido muy buena idea. La casa empezó a tambalearse y amenazaba con desplomarse sobre los niños. Todo estaba oscuro  a su alrededor y ellos estaban muertos de miedo.
Pero de repente todo cambió: Puchi apareció de la nada y sostuvo la pared con su lomo haciendo de pilar.

Agustín y Amy salieron de la casa y empezaron a correr hacia el pueblo. Su amigo el lobo se quedó atrapado y murió en el acto. Los niños lloraban mientras corrían, aunque sabían que eran muy afortunados al haber salido del apuro con vida. Puchi había pagado con su vida la deuda que tenía con ellos.
Y colorín colorado esta historia se ha acabado.
 

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